martes, 20 de enero de 2009

La carne, enemigo del alma

. martes, 20 de enero de 2009

MIGUEL ÀNGEL GRANADOS CHAPA

No obstante proponer que el cuerpo humano es "templo vivo del Espíritu Santo", la Iglesia católica tiene horror oficial por la carne, aunque no sean pocos sus ministros que ceden a las tentaciones, las más de las veces en perjuicio de seres vulnerables, como niños sujetos al cuidado de quienes en vez de guiarlos los ultrajan. El mundo, el demonio y la carne (el cuerpo humano, su aptitud para recibir y ofrecer placeres) eran, son, los enemigos del alma.


De las familias de esos miles de víctimas no se habló en el VI Encuentro Mundial de las Familias, realizado hasta este domingo 18 en el Centro Bancomer de Santa Fe. Se habló, en cambio, de una familia ideal, la formada por padre, madre e hijos que se aman y asisten recíprocamente, modelo que ciertamente es perceptible en sociedades atribuladas pero que no es tan frecuente como reza la propaganda eclesiástica. El optimismo irreal de la Iglesia le dificulta ver cuán a menudo esa célula básica de la vida social es el espacio donde se generan algunas de las lacras mayores de nuestro tiempo, como la violencia y el autoritarismo.


En la inauguración del encuentro (primero que no es encabezado por el Papa, pues Benedicto XVI que presidió el quinto, celebrado tres años atrás en Valencia, prefirió abstenerse de viajar a México) el jefe del Estado laico mexicano, Felipe Calderón, pronunció un discurso parroquial, alentado por el grito que le dio la bienvenida como "nuestro presidente católico". Impregnado con un tenue y discutible humor de sacristía, como cuando se refirió a sus profesores maristas como los culpables de su formación, olvidó que la laicidad es condición esencial de la convivencia mexicana. Tan superficial fue, por cierto, su educación ritual que ni siquiera sabe qué significa exactamente santo patrono. Cree que el protomártir mexicano, Felipe de Jesús, es eso para él, su santo patrono. Ni que fuera pueblo o gremio, a los que se asigna patrono. Durante siglos el único mexicano colocado en el santoral fue precisamente san Felipe, pero el boom de canonizaciones promovidas con criterio político y hasta mercadológico en los años recientes lo convirtió en sólo uno más del ya vasto elenco de beatos y santos nacidos en nuestro país. De entre ellos, Calderón tuvo la mala idea de citar a los mártires cristeros, llevados a los altares en una desinformada o atrevida decisión vaticana. Es verdad que el conflicto religioso de los años veinte del siglo pasado causó una gran cantidad de víctimas de la violencia autoritaria del Estado. Pero también lo es que el afán destructivo no movió sólo a las tropas callistas sino que no pocos jefes de la cristiada perpetraron u ordenaron asesinatos a mansalva. Y la Iglesia ha glorificado a algunos de ellos, como si fuera tan meritorio y digno de alabanza morir por Cristo que matar por él. Junto con su propio santo, Calderón tiene a esos mártires en su devocionario.


Fue comprensible la presencia presidencial en el encuentro promovido por el Vaticano. Además de ser una reunión de fieles y un espacio para la reflexión teológica y moral, ese acontecimiento sirvió también para hacer política. No otra cosa se hace, sino política, cuando se demanda legislación protectora de la familia, que en el contexto en que se mueven los peticionarios quiere decir penalizar el aborto y excluir las uniones de convivencia diversas de la matrimonial.
Las dificultades institucionales de la Iglesia para lidiar con los asuntos de la carne se hicieron patentes en el encuentro. Su principal promotor, el cardenal Ennio Antonelli, que preside el Pontificio Consejo para las Familias, fue desmentido por la Santa Sede tras un desliz promovido quizá por la necesidad de fingir tolerancia ante abominaciones como la homosexualidad. Puesto que es una realidad innegable la existencia de personas que tienen orientación sexual por personas de su mismo género, dijo Antonelli, hay que reconocer el hecho. Pero es preferible que no se manifieste en público, sino que sus practicantes la mantengan en reserva, que permanezcan en el clóset, más ocultos que discretos. Pero al decirlo fue demasiado lejos. Sus colegas y superiores advirtieron un error en esa aceptación y, de modo oficial, el Vaticano emitió de inmediato más una desautorización que un desmentido: la homosexualidad es vitanda de suyo, se exhiba o se practique en la intimidad. ¡Qué contraste entre esta actitud, no sólo ridícula sino peligrosa por cuanto auspicia la homofobia o predispone a verla con indiferencia, con la apertura del presidente Barack Obama: uno de los tres pastores que rezarán el martes 20, en su toma de posesión, es un obispo episcopaliano, Gene Robinson, manifiestamente homosexual!
Con un clero así de conservador y temeroso, a nadie extraña que la moral predicada a los fieles produzca conciencias gazmoñas, excluyentes, contrarias a la vida. Lo muestra paladinamente el reciente bando de policía y buen gobierno emitido por el ayuntamiento panista de Guanajuato. Es bien sabido que la corriente principal del PAN surgió de un catolicismo conservador, el de las buenas conciencias que se hallan en el Bajío y sus inmediaciones. De ese talante es el gobierno municipal de la capital guanajuatense. Lo encabeza Eduardo Romero Hicks, miembro de una de las buenas familias de la ciudad, cuyo hermano Juan Carlos gobernó al estado y ahora dirige el Conacyt con menos acierto del que recama la promoción de la ciencia y la tecnología. Conforme al nuevo régimen de convivencia urbana, dar y recibir besos en la vía pública será objeto de sanción pecuniaria y aun de arresto administrativo. Quizá no todos los besos. No, seguramente, los ósculos que fingen cercanía con los que se saludan los europeizantes. Romero Hicks dijo que se trata de castigar los besos olímpicos. No desarrolló esa deportiva idea, no explico en qué consiste la condición que hace punible un beso. Es de suponerse que los condenables sean los besos apasionados, aquellos en que las bocas se aprietan con fuerza pero no causan dolor sino placer, los que dejan salir la lengua entre los labios. Esos deben prohibirse, porque son el preámbulo de la lujuria, son la lujuria misma, como lo son también los "tocamientos obscenos", igualmente castigables en Guanajuato y que quizá no son más que caricias amorosas sobre el rostro y el cuerpo amados o deseados.


Ya era repudiable la pretensión de Germán Martínez, el dirigente nacional panista, de guanajuatizar a México, por lo que eso significa de tramposas maniobras electorales que sirven para imponer un solo credo político e instalan una nueva hegemonía, apenas distinguible de la que protagonizó el PRI. Pero ahora debe ser rechazada con más vigor esa tentación si por guanajuatizar va a entenderse el castigo a las tentaciones de la carne, mortal enemigo del ama según la anacrónica y empobrecedora prédica católica de muchos siglos atrá



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