martes, 20 de enero de 2009

El foxismo de Felipe Calderón

. martes, 20 de enero de 2009

Martes, 20 Enero, 2009

La Presidencia de Felipe Calderón se parece cada vez más a la de Vicente Fox, por lo menos en materia religiosa, si no es que en visión política. Lo que comenzó como una Presidencia conservadora, pero laica, al parecer se está convirtiendo en una gestión cada vez más católica y muy ambigua respecto a la distinción entre público y privado, entre Estado e iglesias y entre política y religión. Así, paulatina y quizá inexorablemente, el gobierno del presidente Calderón, que en principio pretendía distanciarse del de su antecesor, cada vez da más señales de inclinarse hacia la derecha y apoyarse en el conservadurismo confesional. Al grado de que la diferencia con la ultraderecha y el integrismo parece no existir o limitarse a algunos desacuerdos personales.



La presencia de Felipe Calderón en la inauguración del sexto Encuentro Mundial de la Familias fue, en sí, un hecho cuestionable. No tanto por lo que allí dijo el Presidente de la República, sino por el significado simbólico de su participación y de la imagen que dio de sí mismo, es decir la de un Presidente católico, no la de un Presidente laico. Calderón confundió sus creencias personales con su función pública y, al hacerlo, alentó que así lo hagan otros funcionarios de su gobierno, o de otros gobiernos en otros niveles. En esta confusión, el Presidente no puede ni pretender ignorancia ni pecar de ingenuidad. En eso, como en otras cosas, se acerca cada vez más a su predecesor.


Vicente Fox, mañosa y sutilmente, confundía el espacio público con el de sus creencias privadas, las cuales, en teoría, a nadie le deben interesar. Asistió en el primer día de su gobierno a la Basílica de Guadalupe, sabiendo que formalmente ya era Presidente de la República mexicana y que los reflectores estarían sobre él. Luego recibió un crucifijo de manos de su hija en otro acto público, ya habiendo tomado protesta como Presidente, y de allí en adelante se dedicó a debilitar el Estado laico. Intentó modificar el reglamento de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público para permitir que los funcionarios públicos asistieran a las ceremonias religiosas de culto público y entregar el edificio del ex arzobispado a la jerarquía católica. Sólo la opinión pública y la reacción de muchas organizaciones civiles impidieron que esto y otras iniciativas similares se concretaran.


Felipe Calderón no había comenzado tan mal su gestión en esta materia. Incluso cuando viajó al Vaticano, al parecer puso límites a las pretensiones de la curia romana de avanzar en su esquema de “libertad religiosa”. En temas sensibles, como el de la despenalización del aborto, señaló su posición personal, pero en el fondo no se metió de lleno en el debate. Luego, la realidad política comenzó a hacer mella en ese relativo y matizado laicismo. Con la salida de Francisco Ramírez Acuña llegaron algunos personajes todavía más conservadores a Gobernación, sobre todo en lugares claves. Tal fue el caso de Ana Teresa Aranda en la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos, tres temas claves para la laicidad del Estado. La lamentable muerte de Juan Camilo Mouriño nos hizo descubrir a un Presidente dolido, al grado de presentar una faceta muy espiritual y casi mística, otra característica que comenzó a compartir con Fox.


Durante los dos primeros años de su gestión, pese a todo, Calderón había mantenido una imagen más laica. De manera más acorde con un perfil de ese tipo, había mandado a su esposa como representante personal a diversos actos religiosos o casi religiosos. Así, el árbol de Navidad y el pesebre regalado por Televisa al Vaticano lo entregó Margarita Zavala. En la medida en que ella no tiene ningún cargo público, el asunto se mantenía inteligentemente en la esfera privada. De hecho, la esposa de Calderón y sus hijos viajaron a Roma en avión comercial. Pero, o eso era demasiado poco para el propio Presidente o la presión político-electoral modificó el panorama y su actitud. Lo cierto es que Felipe Calderón se presentó en el Encuentro de las Familias como un Presidente católico, con una visión católica de lo social, citando a santos y papas, lo cual, por lo menos mediáticamente, ocultó el resto de su discurso. Es algo que él debía haber sabido que sucedería. Y eso no gustó ni a quienes defienden la laicidad del Estado ni a los 12 millones de mexicanos que son parte de otras iglesias o son agnósticos, ni a los propios católicos o cristianos que, como los miembros del Observatorio Eclesial, condenan “una legitimación religiosa de una determinada postura política, sino también una legitimación política de una determinada moral y confesión religiosa”.


Probablemente, Felipe Calderón pensó que ganaría algunos votos para el PAN presentándose ante católicos como un Presidente católico. No se qué tantos haya ganado en este esfuerzo, pero dudo mucho que haya sumado algo. Más bien, creo que su participación fue desastrosa, tanto para su propia imagen presidencial como para la democracia, los derechos y la igualdad de las y los mexicanos. Por lo demás, habría que ver si es ésta una señal de mayor intervencionismo del Presidente en la política electoral, lo cual también lo acercaría, de manera inquietante, al proceder de Vicente Fox.



blancart@colmex.mx


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