sábado, 27 de diciembre de 2008

Navidad sin discriminación

. sábado, 27 de diciembre de 2008



Difícil creerlo, pero la Navidad, como algunas celebraciones religiosas, puede ser discriminatoria. No la Navidad en sí misma, sino su uso, dependiendo de las circunstancias y maneras de vivirla. El problema no es lo que la gente cree, sino lo que asume. Estamos acostumbrados a vivir las cosas, incluso la Navidad, como si todo mundo pensara lo mismo, o como si todos tuvieran que pensar de la misma manera. Y no me refiero al consabido mercantilismo navideño, ya suficientemente criticado, sino a formas todavía más sutiles de discriminación, que dejan fuera de la normalidad a quienes no comparten los principios religiosos de la mayoría.


El problema no es disfrutar las fiestas, entre los que comparten una misma fe, o entre quienes, al formar nominalmente parte de una Iglesia, deciden acompañar las celebraciones a las que están acostumbrados. El problema es cuando esas celebraciones “normalizan” a algunos y “estigmatizan” a otros, cuando suponen que todos están de acuerdo con una manera de ver las cosas y las convierten en algo que, incluso sin intención, excluye a algunos.


Cuando una empresa o cualquier institución asumen que todos tienen la misma religión, corren el riesgo de discriminar a quienes no comparten las creencias de la mayoría. Por eso cualquier institución, sea pública o privada, debe ser muy cuidadosa en el momento de organizar sus festividades o celebraciones. Esa es la razón también por la que los gobiernos tienen que ser igualmente cuidadosos de no hacer cosas que parezcan promover una religión por encima de las otras. Hace unas semanas, por ejemplo, una televisora nacional celebró en sus instalaciones una misa para la Virgen de Guadalupe. No sólo eso, sino que después lo hizo noticia y la incluyó en los principales noticieros de su programación. El asunto parece algo loable, de entrada, pues la empresa está preocupada por la devoción de la mayoría de sus empleados y fortalece al mismo tiempo una tradición que ellos confunden con la cultura y la identidad nacional. En virtud de que es una empresa privada, parecería también que los dueños de la empresa tienen derecho a hacer en ella cualquier cosa. Sin embargo, el asunto es más complejo. En primer lugar, me imagino cómo se sienten todos aquellos y aquellas que no son católicos y que por ese hecho son excluidos de una celebración general, organizada por la empresa. Porque no me cabe duda que, por razones estadísticas, en cada una de las empresas privadas o instituciones públicas hay en promedio alrededor de un quince por ciento de personas que no comparten esas creencias. Y aunque algunas podrán quizás asistir, por ejemplo, a una comida general que se anuncia como festejo de Navidad, otros, por la misma razón, decidirán no asistir a la comida, cena, posada o fiesta.


El problema es que uno lo hace sin querer, sin mala intención, pero el resultado es el mismo. Por ello es importante estar atento, para evitarlo. Otro ejemplo: en el Centro de Estudios Sociológicos (CES) de El Colegio de México, que tengo el honor de dirigir, se organiza un brindis de fin de año. Si la invitación dice que el coctel es con el fin de celebrar las fiestas navideñas, automáticamente estoy excluyendo a las y los testigos de Jehová, las y los judíos, las y los creyentes de otras religiones diversas al catolicismo que colaboran en el centro. Así que en nuestra invitación a los miembros del CES fui muy cuidadoso de que ésta convocara para celebrar el fin de nuestras actividades anuales y para desear lo mejor para el año venidero. De esa manera, nadie se puede sentir excluido, por lo menos por razones religiosas. Aunque los chinos, los judíos y los musulmanes celebren su inicio del año en fechas distintas al calendario gregoriano, el festejo es incluyente porque estamos trabajando en un marco secularizado, aún si es en el contexto de la cultura occidental. En cambio las celebraciones religiosas suelen ser excluyentes, en la medida que son específicas de los que creen en algo que no es compartido por todos. Porque ni siquiera todos los cristianos piensan que la Navidad debe celebrarse. Hay quien considera que es una invención de la Iglesia, puesto que no aparece en la Biblia o en los Evangelios y que incluso puede considerarse pagana.


Así que, si los católicos quisieran tener verdaderamente un “espíritu navideño”, quizás lo primero que tendrían que reconocer es que no todos comparten estas creencias, que por lo mismo esas personas suelen sentirse excluidas de las fiestas que las instituciones en las que trabajan suelen organizar. Por otro lado, quienes dirigen las instituciones, sean públicas o privadas, deberían estar conscientes de la necesidad de tener celebraciones incluyentes, lo cual significa que tendrían que pensar que no todos los empleados de las mismas son católicos o cristianos y que por lo tanto las celebraciones deben secularizarse en la medida de lo posible. Esa es la razón por la que la Navidad, que es ahora un asunto central en nuestras sociedades occidentales, para que sea para todos, se ha convertido con el paso de los años en una fiesta relativamente despojada de sus características religiosas. ¡Que tengan ustedes entonces, queridos lectores, una secularizada, feliz e incluyente Navidad!


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