Lunes 20 de Diciembre del 2010
Ni en sus últimos minutos de vida, la tiranía del rating abandonó a Juan Pablo II. Menos ahora, a casi cinco años de su muerte. La paradoja mediática de Karol Wojtyla fue mayor en el ocaso de su pontificado de casi 27 años: ningún líder contemporáneo como él supo utilizar el poder de los medios para transmitir la imagen de un hombre carismático, omnipresente y dueño de la última palabra, pero esos mismos medios prolongaron durante los últimos años la agonía de un hombre que pasó de ser el “Papa comunicador” al “Papa del silencio”, como lo bautizó la prensa italiana.
Ahora, casi un lustro después de su muerte, la imagen y el legado mediático de Juan Pablo II pretenden ser salvados defenestrando, invisibilizando y mandando a las catacumbas a uno de sus protegidos y aliados más incómodos: Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo.
La orden difundida por Álvaro Corcuera, director general de la congregación, no deja lugar a dudas: no sólo el retiro de las fotos de Maciel (algo que ya venía ocurriendo desde hace dos años en los centros de la Legión), sino también prohíbe la venta de sus escritos personales y conferencias; ya no se celebrará ni su natalicio ni su muerte y la cripta del cementerio de Cotija, Michoacán (su lugar renacimiento) dejará de ser un “centro de peregrinación”.
De tener todo el poder e influencia en los grandes medios electrónicos, especialmente los mexicanos, Maciel pasa a formar parte de los “indeseables”, de los que vivirán la agonía del escarnio, aunque no se haya hecho justicia hasta ahora con las víctimas.
Una solución mediática para un problema que no es de origen mediático. El problema de los abusos sexuales y los fraudes financieros cometidos por Maciel son de índole jurídica, no mediática, ni teológica. No son simples pecados, sino una serie de delitos que marcan una época, como en el caso de muchos otros sacerdotes y obispos –incluido el cardenal Norberto Rivera-- acusados de encubrir, cometer o solapar actos delictivos.
Pretenden aminorar el impacto negativo en el propio legado de Juan Pablo II y, por supuesto, salvar a su sucesor Benedicto XVI del incómodo papel de gran encubridor.
Su última imagen al mundo fueron los dramáticos 13 minutos de su aparición en la ventana, sin poder hablar (él, que dominaba una decena de idiomas) ante la Plaza de San Pedro, el domingo de Resurrección del 27 de marzo de 2005. Esas imágenes fueron transmitidas por 104 televisoras de 70 países, más miles de periódicos y páginas en internet que reprodujeron la dramática foto de Juan Pablo II con la boca abierta, gimiendo y con un rictus de dolor en el rostro.
La agonía generó rating, así como las más de 25 horas de transmisión permanente de las grandes cadenas televisivas, desde la tarde del 31 de marzo hasta la noche del 1 de abril, sobre los últimos minutos de vida del sumo pontífice.
De una u otra manera, Juan Pablo II se volvió un rehén de su propia doctrina mediática. Una de sus frases predilectas, según recordó el arzobispo John Patrick Foyle, jefe de comunicación de El Vaticano, era: “si no lo vemos en la televisión es como si no existiera”. No en balde, otra de sus frases sirvió de slogan para la cobertura 44 horas televisivas durante su última y quinta visita a México en el verano de 2002: “La fe se puede ver”.
Gracias a estos principios, millones de católicos y no creyentes consideraban a Juan Pablo II un icono mediático, quizá el único capaz de utilizar con extraordinaria habilidad los adelantos tecnológicos en la comunicación para hacer llegar un mensaje muy conservador y tradicionalista, incluso en contradicción con las propias prácticas de sus seguidores más fieles y más jóvenes que utilizan condón, se divorcian y aceptan la homosexualidad.
En España, por ejemplo, bendijo en 2003 poco más de 7 mil mensajes SMS enviados por teléfono celular con su imagen. Desde 1995, él revisaba personalmente el contenido del sitio en internet www.vatican.va. En el 2001, presentó ante la Sala de Prensa del Vaticano su carta apostólica “El rápido desarrollo”, dirigida a los responsables de las comunicaciones sociales. En su parte sustancial exclamaba:
“¡No tengan miedo a las nuevas tecnologías! Ya que están entre las cosas maravillosas que Dios ha puesto a nuestra disposición para descubrir, usar, dar a conocer la verdad”.
Entre las nuevas tecnologías, el pontífice destacó el uso del internet porque “no sólo proporciona recursos para una mayor información, sino que también habitúa a las personas a una comunicación interactiva”.
Al cumplir 25 años de pontificado, en 2003, más de 2 millones 800 mil personas de todo el mundo le enviaron mensajes de felicitación al “Papa comunicador”.
Giuseppe de Carli, jefe de la división vaticana para la televisión pública italiana, describió así la efectividad de Juan Pablo II como líder mediático que data de sus primeros años como actor de teatro:
“Mira de frente a la cámara, domina a las masas, especialmente a los jóvenes, se interrumpe a sí mismo para esperar los aplausos. Entiende las pausas, los silencios, busca y encuentra el momento oportuno. Juega con todo esto. Es su carisma”.
Estas puestas en escena se potenciaron con el seguimiento de la televisión a prácticamente todas sus giras por más de 100 naciones. Tan sólo en México, su última visita rompió récords de audiencia para Televisa y TV Azteca. El evento donde Vicente Fox le besó su anillo alcanzó un share (número de pantallas sintonizadas al mismo tiempo) de casi 90 por ciento de audiencia en la zona metropolitana. Prácticamente, todos los hogares mexicanos sintonizaron ese momento. De las 44 horas de transmisión televisiva, el 45 por ciento lo siguió a través de Televisa y el 31 por ciento de TV Azteca, según una encuesta realizada por el periódico Reforma. La nunciatura informó que un promedio de 15 mil personas diariamente visitaron el sitio www.mexicosiemprefiel.com, creado ex profeso para difundir las entrevistas e imágenes de Juan Pablo II.
La desmesura no impidió que las dos grandes televisivas utilizaran como un pretexto la figura del Papa para prolongar la “guerra” por la audiencia, tal y como se observó desde el jueves 31 de marzo durante los constantes cortes informativos para dar a conocer los últimos detalles de la agonía del Juan Pablo II.
En uno de sus cortes televisivos, el canal 2 de Televisa transmitió el contraste entre la última imagen de Juan Pablo II feliz, rodeado de niños y con palomas en su balcón frente a la plaza de San Pedro, en enero de 2005, y la dramática imagen del 27 de marzo, con 15 kilos menos, notoriamente demacrado y silencioso.
La corresponsal Valentina Alazkraki describió así el debate que se ha generado en Italia frente a estas imágenes: “se ha dicho que se ha tratado de un reality show, pero la gente que acude a la plaza de San Pedro lo ha percibido en forma opuesta, como una forma de Juan Pablo II de compartir su dolor con el mundo”.
Ramón Teja, editorialista del diario español El País, calificó de “inhumana” esta exhibición, mientras que el diario austriaco Der Standard, consideró que las fotografías del Papa agonizante fueron un “fuerte signo en el mundo donde la enfermedad y la vejez son tabú”.
Lo cierto es que antes de su notorio decaimiento físico y de la sucesión de escándalos que acompañaron al final de su papado, Juan Pablo II y sus colaboradores de El Vaticano mantenían un férreo control de la imagen y la presencia mediática del pontífice.
La fecha clave, según especialistas y despachos informativos, fue en la Semana Santa de 2002, cuando, por primera vez, Juan Pablo II apareció en un andador y no pudo recorrer ninguna estación de la tradicional ceremonia del Vía Crucis y sólo pudo musitar, con voz entrecortada, “la paz sea contigo Jerusalén, ciudad amada de Dios”.
El diario italiano La República especuló en ese momento que el pontífice tendría que utilizar muy pronto una silla de ruedas, debido al dolor persistente en su rodilla derecha, provocado por las secuelas del mal de Parkinson que lo aquejó desde una década atrás. El golpe de imagen fue duro para un pontífice que también presumió de haber sido un atleta en su juventud y un líder incansable en sus giras internacionales.
Sin embargo, para la agencia France Press, Juan Pablo II estaba mucho más afectado por la “traición” de sus sacerdotes responsables de delitos sexuales que por sus propios problemas de salud. Apenas el Jueves Santo de ese año, el Papa calificó como “traidores” a los sacerdotes que alteraron los votos del celibato. Nunca se aclaró si ese término también valía para Maciel.
La suma de escándalos por acoso sexual, pederastia entre seminaristas y entre sacerdotes y feligreses creció en forma súbita desde entonces. El escándalo también generaba rating, lectores y contrastaba la imagen idílica del cuarto siglo del “Papa comunicador” con el rostro real de una institución anquilosada, dependiente de la imagen de su principal dirigente, pero incapaz de renovarse moralmente.
Para esas fechas el obispo polaco Julios Paetz, excolaborador personal de Juan Pablo II, fue acusado de acoso sexual a seminaristas y sacerdotes. El caso se sumó a la renuncia del obispo de Palm Beach, Florida, Anthony O’Connell, acusado de haber abusado de un joven seminarista 25 años atrás. Otro caso fue el del sacerdote de Boston, John Geoghan, condenado a 10 años de cárcel por haber abusado de un niño en 1991. El cardenal Bernard Law, quien conoció este caso, aceptó finalmente dar a la justicia el nombre de 80 sacerdotes que también fueron víctimas o protagonistas de abusos sexuales.
Una consulta del instituto demográfico Forsa, en Alemania, reveló que el 54 por ciento de los encuestados creía que la enfermedad del Papa dañaba la imagen de la Iglesia, mientras sólo un 21 por ciento opinaba lo contrario. El periódico estadunidense Usa Today publicó un sondeo en el 2002 que reveló que el 72 por ciento de los católicos opinaba que la jerarquía manejaba mal el problema de los escándalos por delitos sexuales, y el 74 por ciento consideraba que El Vaticano “sólo piensa en defender su imagen y no a resolver el problema”.
Ese fue el otro rostro de la agonía del “Papa comunicador”. El rating de los escándalos le robó cámara al carisma del propio Juan Pablo II y marcó el ocaso de su pontificado, que si bien pudo vencer al “imperio del mal” del comunismo, no pudo librarse de las trampas mediáticas de la imagen y la autocensura.
Ahora, otro efecto del rating, la defenestración de Maciel, arroja las sombras sobre el papado de Juan Pablo II y sobre su sucesor, Benedicto XVI.
FUENTE:
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/86376
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