En Argentina el Estado sigue pagando una subvención (una especie de salario mensual) a los obispos católicos y todos los seminaristas de esa Iglesia tienen becas. Fue necesario que el entonces capellán militar atacara directamente al secretario de Salud y dijera que a quienes defendían el aborto había que colgarles una piedra alrededor del cuello y arrojarlos al mar (en clara alusión a lo hecho en la dictadura militar) para que interviniera la Presidencia y dejara vacante ese puesto, que ahora la Santa Sede exige se vuelva a cubrir.
Hace poco tiempo el caso de una niña de nueve años embarazada por su padre mostró las deficiencias de una legislación moldeada por esa cultura católica nacional: sólo tendría derecho a abortar si la niña es declarada imbécil o con retraso mental. En dicho país todas las religiones tienen que estar en un registro nacional, menos la católica. Y así por el estilo están las leyes, las cuales por supuesto no tienen nada que ver con el desarrollo de una sociedad secularizada que, sin embargo, asume con cierta resignación y mucha confusión que tiene una cultura católica y que por lo tanto las leyes tienen que ser hechas según el modelo impuesto por la jerarquía de esa Iglesia.
Digo lo anterior para insistir en la importancia de la definición de nuestra cultura para la definición de nuestras leyes y políticas públicas. Si Hidalgo es un símbolo religioso, o si por el contrario es un símbolo laico, cuenta para nuestro imaginario político y nacional. Para volver al ejemplo de Argentina, como ya lo he mencionado en alguna ocasión, la percepción del nacionalismo católico comienza con sus héroes patrios.
En dicho país, si uno quiere conocer al libertador de Argentina, Chile y Perú, tiene que ir a la CATEDRAL de Buenos Aires, donde está sepultado el prócer. En otras palabras, la Iglesia se apropió de un símbolo nacional y fue moldeando así la idea de una unión indisoluble entre nación y catolicismo. En México, por el contrario, el cura Hidalgo fue tempranamente secularizado para la historia y los rituales cívicos, al grado que sus restos son honrados permanentemente en la columna de la Independencia, inaugurada precisamente en el centenario del inicio de la lucha que él encabezó. Y la columna de la Independencia se encuentra nada más ni nada menos que en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, que no es otra cosa que la reforma liberal, la cual tuvo entre sus mejores logros la separación entre el Estado y la Iglesia, así como la libertad de cultos. El “cura” Hidalgo es entonces un héroe secularizado y reconvertido a un imaginario nacional, laico y secular, para beneficio de nuestras libertades.
Muchos en la Iglesia se quejarán de este abuso. Pero la verdad de las cosas es que Hidalgo, así como muchos otros sacerdotes que participaron en las luchas por la independencia, no fue únicamente despojado de su carácter sacerdotal por el imaginario liberal mexicano, sino que fue la propia Iglesia la que lo hizo. A Hidalgo lo fusilaron las fuerzas realistas, pero antes la Iglesia le hizo un juicio para despojarlo de sus poderes sacramentales y de su investidura sacerdotal.
En la sentencia dictada a Hidalgo, la Iglesia le privó para siempre de sus beneficios y oficios eclesiásticos, procediendo a su deposición y procediendo a su degradación de su carácter sacerdotal, “con entero arreglo a lo que disponen los sagrados cánones y conforme a la práctica y solemnidades que para iguales casos prescribe el Pontifical Romano”. Como Hidalgo no tenía ya ropas de sacerdote, sus jueces eclesiásticos le pusieron unas para así poder proceder.
Teniéndolo hincado, le hicieron extender las manos y con un cuchillo le rasparon las palmas de las manos y las yemas de los dedos, explicándole que le arrancaban la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir. Le quitaron la casulla, la sotana y el alzacuello y le dijeron que por autoridad de Dios omnipotente y la delegada por “su Ilustrísima, el señor Obispo de Durango” le quitaban el hábito clerical, lo despojaban de todo orden, beneficio y privilegio clerical, y declarándolo indigno de la profesión eclesiástica, lo devolvieron “con ignominia” al estado y hábito seglar. Luego de otros pasos en esta ceremonia de degradación, lo entregaron a las autoridades civiles para que éstas ejecutaran su sentencia. Así que, para cuando fue fusilado, unos días después, el “cura” Hidalgo, ya no lo era. Él, como muchos otros sacerdotes insurgentes, estaba listo para ser recuperado por la historia patria y la simbología nacional.
Todavía ahora, algún mocho despistado quisiera recuperar la imagen de Hidalgo para beneficio de una supuesta cultura católica nacional. Pero la verdad es que el padre de la Patria descansa muy a gusto desde hace años en un monumento cívico laico, con un ángel arriba.
ESTO QUE HAS VISTO, DIFUNDELO.............
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