Viernes 20 de Marzo, 2009, México
“¡Devuélvanme a mis hijos…!”, fue el reclamo, la súplica, que durante tres años imploró un padre cuyos dos pequeños permanecieron recluidos, prácticamente secuestrados, en Casitas del Sur, organización controlada por la secta denominada Iglesia Cristiana Restaurada.
En el albergue manipulaban a los menores. Foto: David Deolarte
La desgarradora historia que narra para Crónica Óscar “N”, da cuenta de cómo Casitas del Sur retiene en su poder de manera ilegal a los niños, cómo los esconde, manipula y adoctrina, y cómo las autoridades locales de justicia “sospechosamente no mueven un dedo” para liberar a los niños que tienen la desdicha de caer en manos de dicha organización.
Hace 36 largos meses, Óscar “N” enfrentó severas dificultades maritales que llevaron la relación a una ruptura definitiva, debido a que su entonces esposa, Olivia “N”, “se involucró demasiado” en la Iglesia Cristiana Restaurada, al grado que atendía más a los pastores de dicha secta que a su propio hogar.
Uno de los motivos de esas pugnas de pareja era la constante referencia de Olivia acerca de que “debía golpear a los hijos cuando así lo ameritara la situación”, de acuerdo con los pastores de aquella iglesia, quienes sostenían que ese mandato estaba escrito en la Biblia.
Harta de los pleitos interminables con Óscar, Olivia decide irse de casa sin despedirse, pero se lleva a sus hijos de entre 11 y 13 años de edad, en ese entonces.
Al cabo de unos días, un familiar, que también asistía a esa iglesia, le informa al padre que los niños se encontraban en un albergue de Casitas del Sur localizado por la zona de Ixtapaluca, Estado de México.
Óscar acude al sitio y le confirman que sus hijos se encuentran ahí. El personal administrativo, sin embargo, le notifica que no le serán entregados porque Casitas del Sur cuenta con una carta firmada de su propia esposa, quien, efectivamente, al irse de su hogar, e instigada por los pastores de la Iglesia Cristiana Restaurada, decide dejarlos en aquel sitio.
Ante la negativa siquiera para poder ver a sus hijos, Óscar acude a levantar una denuncia ante las instancias investigadoras en esa región mexiquense, pero al cabo de dos o tres días éstas “no han movido un dedo” para rescatar a los pequeños.
El atribulado padre retorna al albergue y se encuentra con que sus hijos ya no están ahí. Fueron trasladados, junto con otros niños, a un lugar diferente sin consentimiento de nadie. En medio de sus propias indagatorias, Óscar descubre que en esa misma localidad hay otro albergue manejado por la Iglesia Cristiana Restaurada, donde han sido llevados sus pequeños.
Después de algunas semanas de insistir en ver a sus hijos, le permiten hablar con uno de ellos, quien de entrada le manifiesta que desea, junto con su hermano, permanecer en el albergue.
Pero en la misma plática, Óscar hace reflexionar a su hijo y éste clama por salir de aquel sitio e ir, al lado de su hermano, a casa con su padre. El pastor, presente en la charla familiar, dice a Óscar que vuelva en un par de días para entregar a los niños, pero cuando esto ocurre los pequeños han sido de nueva cuenta trasladados a un lugar diferente.
Meses más tarde, al fin la esposa –quien ha sido persuadida por los pastores de detener los intentos de su marido para recuperar a los niños– decide notificarle dónde se encuentran éstos.
Tiempo después Óscar habrá de enterarse que su hijo había sido predispuesto a acusar a su propio padre de “delitos sexuales” en su contra, si insistía en llevarse a él y a su hermano.
Desatado públicamente el escándalo de Casitas del Sur y su vínculo íntimo con la Iglesia Cristiana Restaurada, luego de la desaparición de Ilse Michel y al menos otros 23 niños, y tras las menguadas investigaciones de las procuradurías locales, particularmente la del Distrito Federal, así como de la Secretaría de Gobernación, por fin Olivia decide, no sin antes enfrentar serios problemas, sacar a sus hijos del nuevo albergue al que habían sido llevados.
Hace apenas unos días, y luego de tres devastadores años de alejamiento obligatorio, ambos pequeños se encuentran bajo la custodia de su padre. Un padre que, con todos los pesares, puede narrar una historia, su propia historia, con un final feliz, lo que lamentablemente no todos quienes han caído en las garras de la Iglesia Cristiana Restaurada y de Casitas del Sur pueden hacer.
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