jueves, 29 de mayo de 2008

El Santuario de Alí, Babá y un puñado de ladrones

. jueves, 29 de mayo de 2008


JUAN LANZAGORTA VALLÍN
http://www.lajornadajalisco.com.mx/2008/03/31/index.php?section=opinion&article=004a1pol


La historia de la cueva sacra de Alí, Babá y un puñado de ladrones, consigna una serie de eventos cuestionables de origen, que resultan increíbles por cínicos, desvergonzados e impunes.

Esta es una historia de traiciones, contubernios y saqueo, digna de una película basada en una cuarta trilogía, puesta en bandeja de plata para Iñárritu. En este caso, no sólo se trata de una (tele)novela de ladrones vulgares sino, en cierta medida, de una historia de amor a la manera del legendario cuento La bella y la bestia de Disney, sólo que ahora personificada por un gobernante estulto y un príncipe maligno, quienes al final de la historia no van al cielo impedidos por un reciente decreto tapatío, arrastrando a su paso a los perversos comerciantes que los mal aconsejan.

El rosario de irregularidades que rodean a este asunto ha sido, desde el principo, la regla a seguir: la cuestionable intención de la obra que pretende superar el tamaño del templo de La Luz del Mundo; la traición hecha al arquitecto Federico González Gortázar; la violación a las leyes y reglamentos en materia urbana desde los trabajos preparatorios de la construcción; la huída a Roma, acusado de fraude, del sacerdote responsable de la obra; la donación de 90 millones del erario público para la edificación de una obra privada; la aceptación de la donación inmoral por la contraparte, quien está obligada a velar por las acciones éticas y morales antes que las legales; las insultantes excusas de los protagonistas principales de esta historia con el propósito de mostrar a sus gobernados y feligreses que han sabido mantener sus “manos limpias” en este verdadero cochinero y la bizarra idea de construir un templo para favorecer al turismo religioso antes que, cuando menos, para evangelizar o “salvar a las almas perdidas”. Vaya paradoja y giro que ha dado, al parecer, la misión de la Iglesia en nuestra época. Al menos el comportamiento del cardenal así me lo hace suponer.

La historia del santuario de Alí y de Babá evidencia la inaceptable falta de respeto tanto del gobernador Emilio González Márquez como del cardenal Juan Sandoval Iñiguez para con los mártires que dicen honrar, amén de los ciudadanos, la Constitución Política de México y la palabra de Dios. Es evidente que la construcción de esta magna e innecesaria obra obedece a principios inmobiliarios relacionados con la religión –y egocéntricos por supuesto– antes que a acciones tendientes a favorecer el turismo religioso y mucho menos para promover los valores cristianos.

Esta nueva puesta en escena de ambos personajes ejemplifica con toda claridad las razones por las cuales la gran mayoría de los mexicanos no creemos más en las instituciones de este país, sean políticas o religiosas, las cuales se encuentran hoy tomadas por líderes caracterizados por su habilidad para manipular las leyes y la fe en su favor, lo que le da la razón a quienes expresaron e hicieron suya aquella frase que tanto incomodó a quienes solapan esta clase de conductas: ¡Al diablo con sus instituciones!

Las acciones de nuestros protagonistas, más allá de ser un reflejo de la justicia y la equidad en favor del bien común al que dicen hipócritamente servir, son testimonios indiscutibles del contubernio perverso que caracteriza al crimen organizado dentro de la política y la religión.

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