miércoles, 22 de agosto de 2012

La Iglesia católica no quiere que sirva de tiempo completo a los migrantes: Solalinde

. miércoles, 22 de agosto de 2012

Miércoles 22 de agosto del 2012

Segunda y última parte

Nacido en Texcoco, Estado de México, de pensamiento progresista, el padre, Alejandro Solalinde, vive de nuevo una guerra interna por parte de sus colegas en la Iglesia católica, como cuando fue expulsado por la orden de los Carmelitas, por sus ideas, faltando 3 años para ordenarse como sacerdote. En su tarea misionera, llegó a Oaxaca en 1995 y en febrero de 2007 fundó el albergue Hermanos en el Camino, en la ciudad de Ixtepec, ruta del ferrocarril que va al norte del país, punto de encuentro para los migrantes a los que ofrece alimento, posada, asistencia médica, psicológica y orientación jurídica.


Ayuda que, si bien le ha valido premios como: la Medalla Emilio Krieger 2011, que entrega la Asociación Nacional de Abogados Democráticos (ANAD), así como el premio denominado “Paz y Democracia”, en la categoría de Derechos Humanos y el Premio Pagés Llergo de Democracia y Derechos Humanos, también se ha convertido en su guillotina, pues ha recibido amenazas de muerte por su labor humanitaria que lo han obligado a salir fuera del país.

Después de un exilio forzoso de dos meses, Solalinde regresó a su albergue para encontrarse con la noticia que monseñor Óscar Armando Campos Contreras, obispo de Tehuantepec, Diócesis a la que está adscrito, le ha pedido que deje esa obra porque a su parecer la desarrolla por “protagonismo”. Al respecto revela a La Crónica de Hoy, su postura sobre la actitud del clero que a su juicio “no está cumpliendo con la misión del reino y debe abandonar los palacios para bajarse a las calles y a las vías del ferrocarril”.

—¿Cómo y cuándo inicio su trabajo en defensa de los migrantes?

—Inicié a finales de 2005. Me dolió su indefensión y ver que eran tierra de nadie. Entonces me pregunté qué haría Jesús si estuviera ahí. Comencé a luchar con estructura eclesiástica: mi obispo anterior no me daba el permiso para servirlos de tiempo completo. Al igual que el de ahora, me piden que primero acepte adscribirme a una parroquia y el tiempo que sobre se lo dé a los pobres. Hay una prioridad administrativa sobre la preferencia a los pobres más pobres, como son las personas transmigrantes y migrantes.

A mi obispo actual yo no le he pedido ni un peso para el albergue. Yo he conseguido lo del terreno, la construcción, la alimentación de la población migrante y de mi equipo. Mucha gente generosa de buena voluntad nos lo ha dado. Él está en su derecho de no creer en la misión que realizo; de no reconocer que mi equipo es también Iglesia. Pero se espera un poco de más comprensión humana para el servicio que realizamos como bautizados.

—¿Encuentra eco entre la sociedad a su labor pastoral y humanitaria?

—Poco a poco se ha ido dando el apoyo moral de la gente. La solidaridad está creciendo.

—¿Qué exhorto le haría a la sociedad para entender el difícil camino de migrante?

—Que acepten una gran verdad: que todos somos migrantes, viajeros, de la misma condición; que ellos somos nosotros: del mismo barro, con las mismas limitaciones y necesidades; con errores y cosas grandes. Todos formamos un solo cuerpo. Al despreciar a uno de ellos, nos despreciamos a nosotros mismos.

—¿Qué opinión tiene de la postura que asumió la Iglesia católica, respecto a usted, por la ayuda que brinda a los migrantes. Algunos pidieron su expulsión?

—Nuestra Iglesia está en crisis. El modelo que pervive es el tridentino, del Concilio de Trento fue la última moda ¡Hace 500 años! Este modelo se caracteriza, entre otras cosas por poner al Romano Pontífice en el centro de la Iglesia y al obispo en el centro de su Diócesis. Si tomamos el órgano oficial de la Iglesia El Observatorio Romano se podrá comprobar que, de la primera página a la última, el centro es el Papa. Todo lo llena él. Jesús no es el centro de esta publicación. El tema en la Iglesia. Además, este modelo prioriza en la práctica, el culto, la administración, y no la evangelización, la formación de los laicos, de las laicas y del clero. No existe una estrategia mundial, ni continental misionera que involucre a la cristiandad en la evangelización. Ésta se organiza por comisiones. Incluso cuando el mismo Papa visita un país, sus actos principales son cultuales, misas, pero no viene como jefe de misión, para potenciar, animar la vida misionera. En los documentos todos somos misioneros, pero en la práctica no se forma la conciencia misionera. Una persona bautizada es, por su bautismo, consagrada para la misión Reino de Dios. Pero resulta que la mayor parte de la gente de Iglesia no tiene conciencia misionera para serlo los 365 días del año, las 24 horas del día y en cualquier situación.

El problema de alguna autoridad eclesiástica respecto a mí, es que tiene que entender que yo soy el resultado de lo que esta Iglesia y no otra me enseñó. Mis superiores fueron los que me inculcaron al Concilio Vaticano II, y el amor a la Sagrada Escritura, a los Evangelios. Fue esta misma Iglesia la que actualizó en el Magisterio eclesiástico, en las Conferencias Episcopales Latinoamericanas, sobre todo la última, la V, de Aparecida Brasil, que nos dice que estamos en crisis; que estamos mal, que tenemos que convertirnos, convertir las estructuras eclesiásticas, las estructuras pastorales. Que tenemos que recomenzar desde Jesucristo, no desde el Papa, no desde el Obispo. Que tenemos que priorizar la misión, la evangelización, pasando por el reconocimiento de la mujer, la opción preferencial por los pobres, etc.

¿Me pueden culpar por que he tomado en serio todas estas enseñanzas? ¿Me pueden acusar de rebelde, de apartarme de las enseñanzas de la Iglesia? Porque, si les parece mal que sea fiel a Jesús, al Evangelio y a la Iglesia; que no le dé la sobras a los pobres, entonces que me expliquen a quién estoy siendo infiel. Si algún miembro de la Jerarquía me acusa y condena por ser autocrítico, que le reclame a la formación que me dieron. Pero si reconocen que estoy bien, que entonces hagamos todos un esfuerzo por renovarnos, actualizarnos y darnos a la enorme tarea de adaptar las estructuras eclesiásticas y todo, a los derechos humanos, al servicio de las personas , ¡centrado todo en el reino de Dios! Que nos formemos todos en el conocimiento y práctica del reino de Dios. La Iglesia misma debe estar al servicio de él.

—¿Ha pensado en abandonar la Iglesia?

—Nunca he pensado dejar mi Iglesia; la amo porque la fundó Jesús, la persona que yo más amo. Porque  mi madre me inculcó el amor a ella; me enseñó a respetar a los sacerdotes, aunque vivieran mal. Los pobres me han enseñado también a ser fiel, a no condicionar mi fe al antitestimonio de otros. Pero sobre todo no me voy, porque la Iglesia no es propiedad de ningún humano, de ningún eclesiástico que se  creyera dueño del circo. Dios, simplemente no haría caso de una exclusión y mucho menos por seguir su voluntad, obedeciendo la conciencia. En la historia de la Iglesia ha habido un sin fin de abusos y ex comuniones contra sacerdotes, laicos, laicas que buscaron seguir a Jesús y vivir la palabra. Se cometieron muchas injusticias. Entonces la Iglesia tenía el poder para hacer eso. Hoy estamos en una era globalizada y de derechos humanos. Hoy habemos también sacerdotes que ya no tememos a nuestra Iglesia, al contrario, le tenemos confianza, le podemos hablar de tú a tú, como el hijo que creció y le habla como adulto a su padre.

—¿A qué orden pertenece y cuáles son las tesis que defiende o deben obedecer?

—Pertenezco al clero diocesano, a la última escala administrativa. Me considero un seguidor de Jesús. Su proyecto del Reino es mi proyecto. Tengo la conciencia y la identidad de ser misionero del Reino de Dios. A él dedicaré el resto de mi vida. ¡A nada más! No desperdiciaré ni un día de mi vida en otra cosa. Para eso fui consagrado en mi bautismo, en el cual recibí la máxima dignidad.

—¿Le satisface el actuar de la Iglesia católica?

—Claro que no. La acepto como es, pero no está cumpliendo con la misión del Reino. Ella tiene que actualizarse, convertirse, dejar de ser sólo maestra para hacerse discípula de Jesús en el Evangelio, con las mujeres, los jóvenes, los niños, sus demás hermanos cristianos evangélicos, los pobres. Aprender de ellos, dejarse evangelizar. Ir abandonando los palacios para bajarse a las calles, a las vías del ferrocarril, escuchar a los y las migrantes. Colocar en el centro de su vida, de sus recursos, de su tiempo, de sus estructuras, al ser humano. ¡Que el sábado sea para el hombre y no al revés! Las personas de la jerarquía sean libres y creativas para dar respuestas evangélicas a nuestras ovejitas. ¡Que disfruten la libertad de los hijos de Dios!

—¿A quién le teme más, a las autoridades, a los grupos delictivos o a la jerarquía católica?

—Les temo más a autoridades corruptas, grupos delictivos. Pero lo que más me duele son los golpes de adentro, la falta de fe de gente de Iglesia incapaz de ver la misión de Dios en mi vida. Y lo entiendo: ¿Cómo va a actuar Dios en un simple sacerdote, sin pedirle autorización a su Obispo? Es vida no autorizada. ¡Es el poder!
Hasta aquí la entrevista con el sacerdote Alejandro Solalinde, quien ha declarado que a los miembros de la Iglesia católica les podría dar gusto si las amenazas de muerte que ha tenido se cumplen. Sin embargo, afirma que no es hombre de rencores y seguirá en la misión pastoral que busca seguir a Jesús y vivir la palabra a través de su apoyo a los migrantes y de ayuda a los pobres como lo manda el Evangelio.



Fuente:  http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=684780


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