Por: Sanjuana Martínez - diciembre 2 de 2013 -
El enganchador de Karina es Josué Ulises Amaro Gomez, socio de Iglesias. La enamoró en su país de origen, en Centroamérica, y le dijo que iba a ser mesera en un bar en Quintana Roo, a donde llegó con un permiso de trabajo en un restaurante.
Cuando ofreció su testimonio, Karina no pudo parar de llorar. En él cuenta que Josué la amenazó con asesinarla si escapaba: “Para mi era muy difícil porque yo estoy sola, yo no tengo familia, no tengo papás, yo no conocía a nadie aquí…”
Muy pronto se dio cuenta del lugar en el que estaba. Fue testigo de la muerte de una menor: “Tenía 15 años. Se desangró porque la obligaron a tener relaciones con varios clientes. Llegó el señor Alejandro Iglesias y les dijo a los de seguridad que qué esperaban para sacarla. Para mí fue impactante ver todo esto. Nos golpeaban, nos llevaban a diferentes hoteles a dar sexoservicio. Yo no sabía a qué hoteles íbamos, puesto que nos vendaban los ojos. No sabíamos en dónde eran. Nos quitaban la venda cuando llegábamos a la habitación con los clientes”.
Para Karina, lo más aterrador era atender a los “clientes importantes” porque, dice, eran los peores:
“Había un tipo importante y después salieron tres más. Me golpearon y me violaron. Yo tenía mucho miedo. Otro día que estábamos dos chicas con cuatro clientes en una mesa. A una la lastimaron mucho. A mí me mordieron un pezón. Nos levantamos y nos regresaron; nos obligaron a regresar otra vez”.
Karina hacía entre ocho y diez servicios al día. A veces, de 3 mil pesos cada uno. Cuenta que la mayoría de las chicas estaban contra su voluntad, pero las tenían amenazadas de muerte y con lastimar a sus hijos y sus familias. Todas eran golpeadas cotidianamente.
En ocasiones se les pasaba la mano, como el día que asesinaron a un cliente porque no le alcanzó el dinero para pagar la cuenta. Una joven colombiana de nombre Erika, que tenía un bebé de seis meses, intentó defenderlo. Pero los hombres de seguridad, identificados en sus declaraciones como “El Negro” y “El Pantera”, la mataron enfrente de 40 chicas por orden de Alejandro Iglesias.
Ése fue un asesinato ejemplar: “Me impresionó ver cómo golpearon a una chica y a un cliente hasta matarlos. El cliente no tenía plata [dinero] para pagar; lo golpearon. La chica se metió, lo defendió y me tocó ver cómo los apuñalaron a los dos. A la chica… me tocó ver cómo la hacían pedazos a ella. Me tocó ver cuánta sangre había allí. No nos podíamos meter. Solamente llorábamos asustadas, gritábamos. A una la golpearon hasta dejarla inconsciente. Nos decían que no gritábamos porque iban a escuchar…”
“Yo lo vi con mis propios ojos. Muchas y muchos lo vieron”, dice Perla.
Está segura de que aquel hombre que “iba dos veces por mes” al Cadillac era Jesús Ortega Martínez, ex dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Diputado federal en tres ocasiones, Senador de la República y actual líder de la corriente Nueva Izquierda.
Así lo declaró ella ante las autoridades:
“Un cliente que recuerdo muy bien su rostro, que yo no sabía quién era pero después investigué porque me llamaba mucho la atención, porque una compañera me decía: ‘Me lleva, me paga 10, 15 mil pesos’, y yo no sabía quién era, hasta que me dijo: ‘Es el presidente del PRD’”.
Agregó:
“Entonces yo tuve esa inquietud de verlo, para ver quién era el presidente del PRD; y como iba una o dos veces por mes o luego variaba cada dos meses, dije: ‘¿A ver quién es?’. Y, efectivamente, sí me di cuenta que, efectivamente, era el presidente del PRD, Jesús Ortega o Arteaga. Él iba y siempre estaba. Como que él ya tenía a su chica. La esperaba. Se tomaba uno o dos tragos y ya. La chica se vestía y salía, y se iba con él”.
El testimonio de Perla ha sido muy importante para mantener en prisión a los tratantes. Ella conoció, en el Cadillac, las entrañas de la trata de mujeres con fines de explotación sexual.
[Nota de Redacción: El 25 de noviembre pasado, Sanjuana Martínez, autora de este reportaje, publicó el anterior testimonio en su columna “Consumidores de sexo comercial”. Jesús Ortega solicitó a SinEmbargo derecho de réplica el 26 de noviembre a las 13:33 horas. Su respuesta fue publicada a las 13:59 horas de ese mismo día].
CASO ELVIRA
No entiende por qué fue elegida, pero supone que se debe a su juventud y belleza. Aquel día eran las 4 de la tarde y caminaba tranquilamente por una de las calles de la colonia Anzures, muy cerca del Cadillac.
Un coche se le acercó y la fue siguiendo. El conductor la invitó a subir y la invitó a que tomaran algo para hablar de trabajo. Ella pensaba que sería hostess en un restaurante, función que desempeñaba en su anterior empleo. Pero al llegar al lugar, le aclaró que sería “boletera, bailando y yendo a los privados”.
Elvira no le tomó importancia, porque iba a rechazar la oferta.
Antes de irse, sin embargo, su enganchador le invitó un tequila.
“Me sentí rara, mareada, no podía ubicar las cosas. Para cuando él llega a la mesa… le di como un trago y de allí ya no me acuerdo de nada”.
Llorando, mientras ofrece su declaración, dice que no sabe cuánto tiempo paso allí. “No sé a qué hora me sacan ni como me sacan. Despierto como a las 12 y me va metiendo un hombre a un hotel. Me metió, me quitó toda la ropa y me aventó a la cama. Después él se quito toda su ropa y otra vez, me violan”.
Aún en shock, Elvira pudo articular palabra y preguntó al sujeto identificado como Agustín: “Por cuánto me han vendido? El contestó: “Por nada. Yo solamente estoy probando la mercancía”.
Luego la llevó al Metro Garibaldi. Pero el sujeto le dijo que era peligroso que se fuera sola. Y así, después del abuso que había sufrido, la convenció. “Pienso que su insistencia me hizo creer que en verdad él me quería ayudar. Pienso que no analizaba muy bien que me acababa de violar. Me subí otra vez. Me dijo que ya no llorara, que por lo menos yo iba a llegar a mi casa, que porque muchas no llegaban y porque no me habían golpeado. Y me debería sentir bien por eso”.
Al llegar a su casa, no pudo contar lo que le había pasado a sus padres. Pero sí a su abuela, quien la animó a interponer una denuncia.
He puesto un fragmento, para que las jovencitas y mujeres, así cómo padres de familia, tengan cuidado, cuiden y protejan a sus hijas.
PUEDES CONTINUAR LEYENDO TODO EL REPORTAJE CON MAS HISTORIAS, EN EL ENLACE DE ABAJO
Fuente: http://www.sinembargo.mx/02-12-2013/830169
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/02-12-2013/830169
El enganchador de Karina es Josué Ulises Amaro Gomez, socio de Iglesias. La enamoró en su país de origen, en Centroamérica, y le dijo que iba a ser mesera en un bar en Quintana Roo, a donde llegó con un permiso de trabajo en un restaurante.
Cuando ofreció su testimonio, Karina no pudo parar de llorar. En él cuenta que Josué la amenazó con asesinarla si escapaba: “Para mi era muy difícil porque yo estoy sola, yo no tengo familia, no tengo papás, yo no conocía a nadie aquí…”
Muy pronto se dio cuenta del lugar en el que estaba. Fue testigo de la muerte de una menor: “Tenía 15 años. Se desangró porque la obligaron a tener relaciones con varios clientes. Llegó el señor Alejandro Iglesias y les dijo a los de seguridad que qué esperaban para sacarla. Para mí fue impactante ver todo esto. Nos golpeaban, nos llevaban a diferentes hoteles a dar sexoservicio. Yo no sabía a qué hoteles íbamos, puesto que nos vendaban los ojos. No sabíamos en dónde eran. Nos quitaban la venda cuando llegábamos a la habitación con los clientes”.
Para Karina, lo más aterrador era atender a los “clientes importantes” porque, dice, eran los peores:
“Había un tipo importante y después salieron tres más. Me golpearon y me violaron. Yo tenía mucho miedo. Otro día que estábamos dos chicas con cuatro clientes en una mesa. A una la lastimaron mucho. A mí me mordieron un pezón. Nos levantamos y nos regresaron; nos obligaron a regresar otra vez”.
Karina hacía entre ocho y diez servicios al día. A veces, de 3 mil pesos cada uno. Cuenta que la mayoría de las chicas estaban contra su voluntad, pero las tenían amenazadas de muerte y con lastimar a sus hijos y sus familias. Todas eran golpeadas cotidianamente.
En ocasiones se les pasaba la mano, como el día que asesinaron a un cliente porque no le alcanzó el dinero para pagar la cuenta. Una joven colombiana de nombre Erika, que tenía un bebé de seis meses, intentó defenderlo. Pero los hombres de seguridad, identificados en sus declaraciones como “El Negro” y “El Pantera”, la mataron enfrente de 40 chicas por orden de Alejandro Iglesias.
Ése fue un asesinato ejemplar: “Me impresionó ver cómo golpearon a una chica y a un cliente hasta matarlos. El cliente no tenía plata [dinero] para pagar; lo golpearon. La chica se metió, lo defendió y me tocó ver cómo los apuñalaron a los dos. A la chica… me tocó ver cómo la hacían pedazos a ella. Me tocó ver cuánta sangre había allí. No nos podíamos meter. Solamente llorábamos asustadas, gritábamos. A una la golpearon hasta dejarla inconsciente. Nos decían que no gritábamos porque iban a escuchar…”
“Yo lo vi con mis propios ojos. Muchas y muchos lo vieron”, dice Perla.
Está segura de que aquel hombre que “iba dos veces por mes” al Cadillac era Jesús Ortega Martínez, ex dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Diputado federal en tres ocasiones, Senador de la República y actual líder de la corriente Nueva Izquierda.
Así lo declaró ella ante las autoridades:
“Un cliente que recuerdo muy bien su rostro, que yo no sabía quién era pero después investigué porque me llamaba mucho la atención, porque una compañera me decía: ‘Me lleva, me paga 10, 15 mil pesos’, y yo no sabía quién era, hasta que me dijo: ‘Es el presidente del PRD’”.
Agregó:
“Entonces yo tuve esa inquietud de verlo, para ver quién era el presidente del PRD; y como iba una o dos veces por mes o luego variaba cada dos meses, dije: ‘¿A ver quién es?’. Y, efectivamente, sí me di cuenta que, efectivamente, era el presidente del PRD, Jesús Ortega o Arteaga. Él iba y siempre estaba. Como que él ya tenía a su chica. La esperaba. Se tomaba uno o dos tragos y ya. La chica se vestía y salía, y se iba con él”.
El testimonio de Perla ha sido muy importante para mantener en prisión a los tratantes. Ella conoció, en el Cadillac, las entrañas de la trata de mujeres con fines de explotación sexual.
[Nota de Redacción: El 25 de noviembre pasado, Sanjuana Martínez, autora de este reportaje, publicó el anterior testimonio en su columna “Consumidores de sexo comercial”. Jesús Ortega solicitó a SinEmbargo derecho de réplica el 26 de noviembre a las 13:33 horas. Su respuesta fue publicada a las 13:59 horas de ese mismo día].
CASO ELVIRA
No entiende por qué fue elegida, pero supone que se debe a su juventud y belleza. Aquel día eran las 4 de la tarde y caminaba tranquilamente por una de las calles de la colonia Anzures, muy cerca del Cadillac.
Un coche se le acercó y la fue siguiendo. El conductor la invitó a subir y la invitó a que tomaran algo para hablar de trabajo. Ella pensaba que sería hostess en un restaurante, función que desempeñaba en su anterior empleo. Pero al llegar al lugar, le aclaró que sería “boletera, bailando y yendo a los privados”.
Elvira no le tomó importancia, porque iba a rechazar la oferta.
Antes de irse, sin embargo, su enganchador le invitó un tequila.
“Me sentí rara, mareada, no podía ubicar las cosas. Para cuando él llega a la mesa… le di como un trago y de allí ya no me acuerdo de nada”.
Llorando, mientras ofrece su declaración, dice que no sabe cuánto tiempo paso allí. “No sé a qué hora me sacan ni como me sacan. Despierto como a las 12 y me va metiendo un hombre a un hotel. Me metió, me quitó toda la ropa y me aventó a la cama. Después él se quito toda su ropa y otra vez, me violan”.
Aún en shock, Elvira pudo articular palabra y preguntó al sujeto identificado como Agustín: “Por cuánto me han vendido? El contestó: “Por nada. Yo solamente estoy probando la mercancía”.
Luego la llevó al Metro Garibaldi. Pero el sujeto le dijo que era peligroso que se fuera sola. Y así, después del abuso que había sufrido, la convenció. “Pienso que su insistencia me hizo creer que en verdad él me quería ayudar. Pienso que no analizaba muy bien que me acababa de violar. Me subí otra vez. Me dijo que ya no llorara, que por lo menos yo iba a llegar a mi casa, que porque muchas no llegaban y porque no me habían golpeado. Y me debería sentir bien por eso”.
Al llegar a su casa, no pudo contar lo que le había pasado a sus padres. Pero sí a su abuela, quien la animó a interponer una denuncia.
He puesto un fragmento, para que las jovencitas y mujeres, así cómo padres de familia, tengan cuidado, cuiden y protejan a sus hijas.
PUEDES CONTINUAR LEYENDO TODO EL REPORTAJE CON MAS HISTORIAS, EN EL ENLACE DE ABAJO
Fuente: http://www.sinembargo.mx/02-12-2013/830169
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